+1 (281) 855-7856 8524 Hwy 6N #232, Houston TX 77095

El Resto de la Sandía

ARROJAR EL RESTO DE LA SANDIA. 

Cuando era chico, la sandia en Minnesota era una exquisitez. Un compañero de mi padre, Bernie, era un próspero mayorista de fruta y verduras que tenía un depósito en St. Paul.  

Todos los veranos, cuando llegaban las primeras sandias, Bernie nos llamaba. Papá y yo íbamos al depósito de Bernie y tomábamos posiciones. Nos sentábamos en el borde del muelle, con los pies colgando, y nos inclinábamos, minimizando el volúmen del jugo que estábamos a punto de derramarnos encima.

Bernie traía su machete, abría nuestra primera sandía, nos alcanzaba a ambos un gran pedazo y se sentaba junto a nosotros.

Entonces enterrábamos la cara en la sandía, comíamos solo el corazón -la parte mas roja, jugosa, firme, libre de semillas y perfecta y tirábamos el resto.   

Bernie era lo que mi padre consideraba un hombre rico. Siempre pensé que se debía a que era un hombre de negocios de mucho éxito. Años después, me dí cuenta de que aquéllo que mi padre admiraba en Bernie era su actitud de buscar lo sencillo en su vida y disfrutarlo.

El sabía cuando dejar de trabajar, reunirse con amigos y comer solo el corazón de la sandía.  Lo que aprendí de Bernie es que ser rico es un estado de ánimo.

Algunos de nosotros, al márgen de cuanto dinero tengamos, nunca seremos lo bastante libres como para comer solo el corazón de la sandía. Otros son ricos sin tener mas que un cheque de sueldo por delante.  

Si uno no se toma el tiempo para dejar que los pies cuelguen sobre el muelle y disfrutar de los pequeños placeres, su carrera probablemente será abrumadora.  

Durante muchos años, me olvidé de esa lección que aprendí de chico en el muelle de carga. Estaba demasiado ocupado haciendo todo el dinero que podía. Bueno, la volví a aprender. Tengo tiempo para alegrarme con los  éxitos de los demás y para disfrutar del día. Ese es el corazón de la sandía. He aprendido a arrojar el resto.  

Bebamos de la vida lo mejor; comamos solo el corazón de la sandía. Y con las piernas colgando desde el muelle en una mañana de sol, deleitémonos con las cosas simples de la vida.

Sin ninguna duda y sin darnos cuenta, nos sentiremos poseedores del mayor tesoro que se puede tener:  La felicidad.   ¡Por fin soy rico!